¡No dejes que tu niño interior crezca!

Vamos a ser honestos: crecer es un fraude y por eso debemos de cuidar a nuestro niño interior, especialmente a la hora de apapacharlo y darle ese apoyo que a veces le falta.

Nos vendieron esta idea de que ser adulto era libertad, independencia y brunches con mimosas. Y sí, todo eso está padre… pero ¿por qué nadie nos dijo que también venía con juntas eternas en Zoom, pagos de SAT, insomnio, y aprender a cocinar pasta para una y no para un ejercito.

¿Por qué nos agobia crecer?

Ahí estamos nosotros, con la cuenta de Netflix compartida, la espalda chueca y el corazón un poquito gris por ese hombre adulto que “no está listo para algo serio”:  Y justo ahí, entre un mail que te encontró cuando definitivamente no tenías ganas de contestar y un tupper que no encuentras, aparece una pregunta que nos deberíamos hacer más seguido: ¿en qué momento dejamos de lado a nuestro niño interior?

No decimos que te peines de colitas  y salgas a perseguir burbujas (aunque si eso te da paz, be our guest), pero sí que le robes un poquito del mood a tu “yo” chiquito, ese que se reía por todo, que se emocionaba por ver un perrito, que bailaba sin esperar que sonara su canción favorita, y que no conocía la palabra “ansiedad”.

¡No dejes que tu niño interior crezca!

Así que aquí va el recall de niñez emocional que todos necesitamos. Vamos a recuperar esa alegría niñística y a soltar un poco el “adulting”. ¿Listos?

⁠Hagan cosas solo porque sí (sin KPI, sin likes, sin sentido). ¿Se acuerdan cuando jugábamos a ser chefs con lodo y piedritas? Nadie te decía “¿y para qué te va a servir eso en tu currículum, Sofía?”. Lo hacías porque sí. Punto.

Hoy todo tiene que ser productivo, rentable o estéticamente instagrameable. Basta. Haz cosas que no sirvan “para nada” pero que te hagan sentir TODO. Canta en la regadera. Pinta sin saber pintar. Baila mientras cocinas. Haz carreritas para llegar a la esquina. Ríete hasta llorar por un video tonto.

⁠Haz amigos como niño en el parque. Los niños se conocen cinco minutos en el parque y ya son BFFs. “Hola, ¿quieres jugar?” Y listo. Amistad sellada para toda la vida, o bueno… para toda la tarde. Nosotros, en cambio, necesitamos mil filtros, validaciones y una prueba de compatibilidad emocional antes de invitar a alguien por un café.

¿Y si nos relajamos? Habla con el del elevador. Echa un chisme con la de la fila del súper. Manda ese mensaje que tienes en borradores. El mundo necesita más “oye, me caíste bien” y menos “te sigo desde hace mil pero me da pena escribirte”.

⁠Conviértete en turista de tu propio día. Para un niño, ir al súper es una excursión. Comer cereal en la tarde es un manjar. Dormir en casa ajena, una aventura. TODO es plan. ¿Y nosotros? Nos quejamos del tráfico, odiamos los lunes, y vivimos esperando el viernes como si la vida solo pasara en 48 horas.

¿Y si empezamos a ver cada día como mini aventura? ¿Tomarte un café en una nueva cafetería? Plan. ¿Caminar por una calle que no conoces? Excursión. ¿Meterte a ver una expo random porque sí? Safari cultural. Haz que tu día tenga momentos que se sientan como recreo, aunque duren 10 minutos.

⁠Permítete emocionarte como si te fueran a llevar a Disneyland. Sí, ya sé que la adultez viene con ese rollito de “no hagas ilusiones para no decepcionarte”, pero ¿y si mejor sí?

Los niños se emocionan por TODO: una fiesta, un globo, ver a su primo, el cereal nuevo, el domingo de pizza. ¿Por qué no podemos recuperar ese “¡yeeeei!. Spoiler: la felicidad muchas veces se esconde en cosas tontas.

Llora cuando quieras. Ríe cuando quieras. Los niños no se guardan nada. Lloran si están tristes, gritan si están enojados y ríen como desquiciados si están felices. Y nosotros, bueno… lo contenemos todo. “No llores, no hagas drama, no exageres”. Pues ¿qué creen? El drama también es vida.

No está mal llorar por una serie, por una canción, por algo que duele. Tampoco está mal carcajearse en una junta o emocionarte como si hubieras ganado un Grammy cuando te contestan ese mensaje. Sentir es un superpoder. No lo apagues.

En resumen, amigos adultos funcionales

Vivir como niño no es regresar a los pañales (gracias, universo), es reconectar con la parte más pura, curiosa y honesta de ti mismo. Porque crecer es inevitable, sí, pero amargarte, eso sí es opcional.

Así que vamos a reír más, jugar más, llorar si se necesita y abrazar con fuerza. Vamos a ver la vida como ese parque enorme lleno de resbaladillas y trampolines. Y la gente, como posibles partners in crime para jugar.

Y si alguien te pregunta por qué estás tan feliz, puedes decirle: “Porque decidí vivir como si tuviera cinco… pero con tarjeta de crédito y derecho al vino tinto.”