¿Les ha pasado que llegan a una nueva chamba y odian a Laurita de contabilidad sin siquiera conocerla? Pues al parecer el «odio a primera vista» sí existe y les vamos a contar todo.
Todo el mundo habla del amor a primera vista. Que si las mariposas, que si los ojos que brillan, que si la piel que se eriza. ¡Ajá! Pero nadie habla del otro flechazo: el odio a primera vista. Ese momento glorioso y silencioso donde ves a alguien y tu alma dice “ni muerto”.
El odio a primera vista existe … Y aquí las razones
No saben cómo nos consuela saber que no estamos solas. Ni locas. Ni (tan) amargadas. Porque resulta que esta reacción visceral tiene respaldo científico. Así es, lo que ustedes llaman “mala vibra” o “ese no sé qué que qué sé yo que me da iu” es en realidad tu amígdala haciendo su trabajo. Aplausos para ella, que detecta amenazas.
No todo lo que sentimos es místico ni profundo. A veces, ese “presentimiento” de que alguien es insufrible viene directo de un prejuicio disfrazado de corazonada. Por ejemplo, esa persona ¿se parece a tu ex tóxico? ¿habla como tu primo que te robó dinero? ¿tiene la misma cara de superioridad que tu exjefa que decía “aquí somos una familia”? Listo. Rechazo inmediato. No es magia, es asociación mental. Básicamente, nuestro cerebro es un ser rencoroso que guarda caras, tonos de voz y cejas mal puestas en una base de datos.
Un estudio de Princeton demostró que solo necesitamos 0.1 segundos para decidir si alguien nos cae bien o mal. Una décima de segundo. Lo que dura un parpadeo. Así de rápido y así de superficial.
Y una vez que esa primera impresión se instala, olvídense. Todo lo que haga la persona será filtrado por nuestro odio pasivo-agresivo: si sonríe, “seguro es hipócrita”; si ayuda, “lo hace para quedar bien”; si respira, “¿por qué respira tan fuerte?”.
¿Y por qué pasa esto? Bueno, aquí algunas teorías:
Juicios inconscientes. Nuestro cerebro clasifica, compara y etiqueta según experiencias pasadas. Si alguien nos recuerda a alguien que no más no, ya valió. Ni modo, perdió la lotería genética del parecido.
Estado emocional. Cuando andamos con sueño, hambre o cruda moral, somos más propensos a odiar a cualquiera que se cruce en nuestro campo visual. Lo sabemos. Lo negamos. Lo seguimos haciendo.
Cultura y prejuicio. Vivimos en una sociedad entrenada para juzgar al prójimo en tiempo récord. Si alguien se viste “raro”, habla con acento, o simplemente tiene cara de no querer estar ahí, ya lo mandamos directo a la lista negra.
Ahora súmenle las redes sociales. Ese paraíso de juicios en donde odiamos gente solo porque sí. Es el odio a primera vista en el sentido más simple del tema: sin interacción, sin contexto, sin filtro (o peor, con un mal filtro).
Vemos a alguien y ya: “me caga”. Nunca hemos hablado con él. No sabemos si rescata perritos. Pero no importa, porque algo en su cara nos provoca ganas de cerrar la app.
¿Y si me equivoqué y sí era buena onda?
Ja. Sí, puede pasar. Aunque duela admitirlo. Hay casos (raros) donde el villano que jurábamos odiar resulta tener alma, sentimientos y hasta cosas en común.
Esto ocurre gracias a la disonancia cognitiva: el cerebro se topa con alguien que actúa distinto a lo que esperábamos, y entonces no le queda otra más que hacer reajustes internos. “Tal vez no es tan insoportable como creía”, dice nuestro ego sin muchas ganas de aceptar que estaba equivocado.
De hecho, hay historias (verídicas) de personas que se odiaron a primera vista y terminaron siendo amigas inseparables. O socios. O pareja. Así que sí: el odio a primera vista se puede desmontar… con suerte y tiempo.
¿Nos hace mala gente?
No. Nos hace humanos, con un cerebro complicado que intenta ahorrar energía evaluando todo con prisa. Lo que sí podemos hacer es pausar. Respirar. Y preguntarnos: “¿realmente esta persona me da mala espina… o solo me recuerda a ese amigo de primaria que me dejó de hablar?»
Daniel Kahneman lo explicó perfecto: tenemos un “sistema 1” mental, rápido y perezoso, que toma decisiones sin pensar. Es útil, pero también se equivoca. Mucho. Y si lo dejamos solo, vamos a terminar odiando a media humanidad por detalles ridículos como “cómo mastica el pan”.
Moraleja: El odio a primera vista existe. Es rápido. Es feo. A veces es acertado. Pero muchas otras es solo un reflejo de nuestros traumas mal gestionados, nuestra impaciencia crónica y nuestras expectativas Disney.
Así que, la próxima vez que alguien les caiga mal sin razón aparente, no reaccionen como si fueran jueces de un reality show. Denle chance. Igual y solo tenía cara de lunes. Y si después de conocerlo sigue siendo insoportable… bueno, ahí sí, háganle caso a la amígdala.