8 cosas que no debemos de hacer en la chamba

Les dejamos una lista de cosas que no hay hacer en el trabajo, especialmente si quieren tener paz y tranquilidad. 

¡Ojo! Esto no es porque seamos puritanas de oficina, sino porque entendemos: poder, contexto y consecuencias (repitan cual mantra). El trabajo es una coreografía social con jerarquías y screenshots que pueden ser utilizados en tu contra. Si vamos a cuidarnos, y a cuidar nuestra reputación, hay que ser más criticas.

8 cosas que no hay hacer en el trabajo

Aunque algunas parecen obvias, otras no lo son tanto y es que (aunque no lo parezca) las oficinas han cambiado. Desde la llegada de nuevas generaciones, la vida post pandemia y hasta el home office, parece que el trabajo se ha metido más en nuestra vida diaria y eso puede desdibujar esa línea que antes, chance y teníamos más clara.

Anunciar que estamos buscando otro trabajo

La transparencia es linda… hasta que se vuelve ingenua. Decir que andamos “mandando CVs” antes de tener algo firmado cambia la percepción de compromiso y, en equipos inseguros, activa alarmas innecesarias. Si de veras estamos en transición, movámonos en silencio y con elegancia. El anuncio llega cuando tengamos plan claro, fechas y handoff pensado. Profesional, siempre.

Hablar del salario (así nomás)

Tema sensible. Sí, las conversaciones salariales sirven para empujar equidad; el problema es el cómo y el dónde. Soltar números en la cocina o en el chat abierto genera comparaciones tóxicas y sin contexto (diferentes roles, antigüedades, bonos, responsabilidades). Si se va a hablar de dinero, que sea con propósito: en espacios seguros y, de preferencia, dentro de procesos formales o colectivos bien diseñados. De lo contrario, puede volverse la gasolina para resentimientos, y mejor ahorrarnos esos.

Convertir el estrés en identidad

Basta de romantizas la juntitis, las noches en vela y el “ocupada” como sinónima de comprometida. No es un mérito, es una alerta. La cultura del “vivo en llamadas y en horas extras” romantiza la precariedad, normaliza errores y, además, quema a los demás. Contar que estamos saturadas puede ser útil para pedir apoyo o renegociar prioridades; repetirlo nos vuelve amantes del drama y con pocas soluciones. Es muy distinto decir: “esto rebasa nuestra capacidad; propongo X”. Menos catarsis, más gestión.

Chismes completitos del fin de semana (con cruda todo)

La anécdota de la fiesta puede ser graciosa, pero también se archiva en la mente de de muchos: de quuén decide una promoción, de la persona que te va a reportar o de tu próximo jefe. No es moralina; es estrategia. Si queremos construir confianza profesional, evitemos relatos de afters, crudas heroicas o el clásico“se me fue la quincena en la cuenta del bar”. Usemos el capital social con inteligencia.

Avisar quién entra o quién sale de nuestro cuarto

Detalles íntimos de nuestra vida amorosa generan un falso sentido de cercanía y, sin darnos cuenta, abren la puerta a opiniones no solicitadas. ¿Queremos vulnerabilidad en el trabajo? Sí, la que construye equipo: pedir ayuda, reconocer errores, proponer mejoras.

Expediente médico: tu jefe no es tu doctor (aunque trabaje de eso)

La salud es privada. Contar lo necesario para ausentarnos o pedir flexibilidad está bien; convertir al equipo en comité clínico, no. Además de exponer de más, nos arriesga a microestigmas: “¿y si no aguanta el ritmo?”, “¿y si se vuelve a enfermar?”. Seamos concretas y asertivas: “Tengo un tema médico, estaré offline de tal a tal hora y Perengano me cubre”. Cuidar el límite es autocuidado.

Desahogos públicos sobre colegas (o jefes)

El chisme parece lubricante social hasta que alguien hace screenshot. Criticar en abierto rara vez resuelve. Si algo nos molesta, subamos el nivel: feedback directo y específico, o escalamiento formal. Si de plano necesitamos catarsis, que sea fuera de canales corporativos y con personas que no están en la cadena o en el proyecto en concreto. No es censura, es saber medir el riesgo de hablar de más y mal.

Debates en caliente sobre política, religión y temas identitarios

No porque el debate sea “prohibido”, sino porque la oficina es un ecosistema desigual: hay jerarquías, contratos, evaluaciones. Una discusión que empieza intelectual puede terminar en etiqueta pegajosa: “la conflictiva”, “el radical”, “la que no coopera”. Si el tema es relevante para la empresa (elecciones, políticas públicas, derechos), propongamos foros con reglas, moderación y objetivos.

En resumen, chicas:

Y a ver, no se trata de ser grises y cero profundas, sino de tener criterio. ¿Esto que voy a contar me fortalece profesionalmente? ¿Resiste un screenshot? Si la respuesta es no, editemos. No porque temamos a “lo que dirán”, sino porque entendemos juegos de poder, sesgos y cómo se construye autoridad en entornos imperfectos.

¿Entonces nunca compartimos nada personal? No. Compartamos lo que crea puentes: intereses culturales, aprendizajes, curiosidades, incluso vulnerabilidades que ayuden al equipo a operar mejor. El matiz está en el para qué. La intimidad es un recurso; gastarla en el lugar equivocado es mala inversión.

Dos extras que vale considerar

  • No documentarlo todo: Hay cosas que es mejor discutir por voz y resumir con neutralidad. Cada quien lee las cosas con el tono que quiere.
  • No confundir cercanía con confianza: El chat de WhatsApp del equipo no es el de nuestros amigos. Evitemos mensajes nocturnos, stickers pasivo-agresivos o bromas internas que dejen fuera a alguien. La inclusión se construye en detalles.

Al final, estamos aquí para hacer buen trabajo y que nos alcance la vida. Y eso implica cuidar límites, lenguaje y huellas digitales.