Columna: “Revocación o simulación: la farsa política que se repite en Oaxaca”

Por Lilu Martínez

Hoy quiero hablar con absoluta claridad sobre la llamada revocación de mandato en Oaxaca.
Un tema que muchos políticos quieren vendernos como un gran ejercicio de participación ciudadana, pero que en la práctica huele más a simulación que a democracia.

Nos dicen que el pueblo podrá decidir si el gobernador se queda o se va. Pero la pregunta real es: ¿de verdad quieren que el pueblo decida… o solo buscan adelantarse a los tiempos para seguir acomodando sus piezas políticas?

Porque aquí no hay inocentes.
Mientras unos partidos dicen defender la voluntad ciudadana, otros se aferran a controlar los mecanismos y manipular la ley a su conveniencia.
Y en medio de ese pleito de poder, la gente vuelve a quedar al margen, viendo cómo los mismos de siempre —los que juraron “servir al pueblo”— se sirven a sí mismos.

El Congreso local, con sus diputados más preocupados por no perder sus privilegios que por legislar con sentido social, se ha convertido en una extensión de los intereses del poder en turno.
Hablan de democracia participativa, pero ni siquiera son capaces de transparentar sus decisiones o de rendir cuentas a quienes los eligieron.

La revocación de mandato debería ser un instrumento ciudadano, no una carta política para los tiempos electorales.
Pero aquí se usa como arma: unos para debilitar al adversario, otros para legitimarse antes de tiempo.
Y mientras tanto, los problemas reales de Oaxaca —la pobreza, la inseguridad, la falta de servicios, la corrupción de siempre— siguen sin resolverse.

Si los partidos y los funcionarios tuvieran verdadera voluntad democrática, comenzarían por abrir los procesos, por escuchar a la ciudadanía sin filtros, por rendir cuentas cada día, no solo cuando hay urnas de por medio.

Porque el poder no se demuestra controlando una consulta, sino siendo capaz de enfrentar el juicio del pueblo con resultados, no con discursos.

Así que sí, hablemos de revocación, pero con todas sus letras: si no hay transparencia, si no hay independencia, si no hay participación real, entonces no es revocación… es una farsa más del circo político en que se ha convertido Oaxaca.

El gobernador Salomón Jara presume que fue él quien impulsó este ejercicio, y que está dispuesto a someterse al juicio del pueblo. Pero no hay que ser ingenuos: lo que vemos hoy no es un acto de transparencia, sino una estrategia de control. Una forma de adelantarse a los tiempos y de medir fuerzas rumbo al 2026, disfrazada de participación ciudadana.

Y claro, el Partido del Trabajo (PT), que se dice aliado pero juega a dos bandas, aprovecha la coyuntura para pelear protagonismo. Reclaman que el proceso es antidemocrático, que el requisito de firmas es muy alto, que la pregunta está mal redactada… Pero lo que realmente buscan es su tajada política, su lugar en la mesa, su cuota de poder.
Lo mismo Movimiento Ciudadano, que habla de constitucionalidad mientras negocia alianzas y acomoda intereses.

Y mientras tanto, los diputados del Congreso local —los del partido en el poder y los de oposición— siguen comportándose como empleados de grupo, no como representantes del pueblo.
Se reparten cargos, se alinean a quien más les conviene, y luego salen sonrientes en sus redes sociales con frases como “cumpliendo con Oaxaca” o “por el bienestar de la gente”.

Pero dígame usted, ¿qué bienestar?
Las carreteras siguen destruidas, los hospitales sin medicinas, las escuelas sin maestros, las mujeres sin justicia y las comunidades esperando respuestas que nunca llegan.

Esa es la verdadera distancia entre el discurso y la realidad.
Nos quieren vender una Oaxaca que solo existe en sus publicaciones, con fotos bien cuidadas, abrazos y discursos vacíos. Pero la Oaxaca real —la que trabaja, la que sufre, la que exige— sigue siendo ignorada por la clase política que solo piensa en la próxima elección.

Por eso, cuando escuche hablar de la revocación de mandato, pregúntese si de verdad quieren que usted decida… o si simplemente quieren que usted legitime su teatro.

Porque la política en Oaxaca, tristemente, se ha convertido en eso: un espectáculo donde los actores cambian de partido, pero el guion es el mismo.
Y nosotros, los ciudadanos, seguimos pagando el boleto para ver cómo se reparten el poder… mientras el estado sigue igual.