“Callar a los jóvenes: el error que México no puede permitirse”

Por Lilu Martínez

Hoy vivimos un momento complejo en nuestro país. La delincuencia, la inseguridad, la represión a las marchas, la censura desde los niveles más altos del poder… hay muchos temas urgentes. Pero quiero centrarme en uno que, para mí, es fundamental si queremos pensar en un verdadero cambio: la educación y la voz de nuestros jóvenes.

En estas últimas dos semanas fuimos testigos de cómo intentaron silenciar a quienes representan el futuro de México. Y lo más grave es que pareciera que a la presidenta se le olvidó su propia historia: ella también marchó, también protestó, también levantó la voz exigiendo un mejor país. Y gracias a que miles antes lo hicieron, México tiene hoy a su primera presidenta.

Por eso, desde aquí, mi reconocimiento a esos jóvenes valientes que salieron a las calles. Hoy desde el poder se descalifica su participación, se les llama manipulados, comprados, ingenuos… como si no fueran capaces de pensar por sí mismos, como si no tuvieran convicción ni criterio.

Qué distinto sería escuchar a una presidenta decir: “Sí, hay inconformidad. Sí, hay problemas. Vamos a enfrentarlos.”
Pero no: prefirieron deslegitimar la fuerza ciudadana, justo la misma fuerza que tanto defendieron cuando estaban del otro lado del poder.

Y hay que decirlo con todas sus letras: en esa manifestación vimos a políticos de distintos colores queriendo aprovechar el momento. A ellos, solo un mensaje: háganse a un lado. Le fallaron a esta juventud. No usen un movimiento auténtico como plataforma. Su presencia no suma: estorba a la voz de nuestros jóvenes.

Y volvamos al punto esencial: la formación en casa.
Ahí se construyen ciudadanos libres, críticos, valientes.
Ahí se enseña a no doblar la cabeza frente a ningún funcionario.
Ahí se aprende que los políticos no son figuras para venerar, sino para exigirles resultados.

Y un llamado urgente: no usen a los niños para la foto política. No los pasen de mano en mano como adornos. Enséñenles su propio valor. Enséñenles a pensar, a cuestionar, a amar la libertad. Enséñenles que ningún beneficio momentáneo vale más que su dignidad.

Porque si queremos un país distinto, el camino no empieza en Palacio Nacional. Empieza en casa.
Empieza educando generaciones que no se callen, que no se arrodillen, que no se dejen manipular.

Generaciones que amen la libertad.
Generaciones que digan siempre lo que piensan.
Generaciones que no permitan que nadie, ni siquiera el poder, les robe la voz.

A nuestros jóvenes les digo; jamás permitan que alguien les imponga un respeto que no se han ganado.