“Navidad, dignidad y comunidad”

En esta mañana de lunes, 22 de diciembre, nos acercamos a una fecha que, para bien o para mal, nos obliga a detenernos un momento. La Navidad llega cada año recordándonos la importancia de la familia, del hogar, de ese espacio donde aprendemos a ser personas antes de convertirnos en ciudadanos.

Más allá de los regalos, de las luces o de las cenas, estas fechas deberían servirnos para volver a lo esencial: la convivencia, el respeto, la escucha. Porque es en la familia donde se forman los valores que después llevamos a la escuela, al trabajo, a la calle y a la vida pública.

Y cuando esos valores se debilitan en lo privado, también se resienten en lo colectivo. Salimos al mundo y nos encontramos con estructuras que muchas veces normalizan el abuso, con funcionarios que confunden el cargo con privilegio, el puesto con poder absoluto, y el servicio público con una plataforma personal.

Ahí es donde algo empieza a romperse. Porque el servicio público debería ser eso: servir, no humillar; representar, no imponer; escuchar, no someter. Sin embargo, hemos permitido que la soberbia se vuelva rutina y que el maltrato se justifique con discursos, con promesas o con colores partidistas.

Y no, no siempre se trata de que nos obliguen. Muchas veces se trata de que nos acostumbramos. A callar para no perder un empleo. A asistir a actos que no compartimos. A bajar la cabeza frente a quien no es superior, pero actúa como si lo fuera.

Cada proceso electoral nos deja la misma escena: plazas llenas, camiones repletos, sonrisas forzadas. Y después, el silencio. La ausencia. El olvido. Como si la gente solo existiera cuando hace falta una fotografía o un voto.

Pero también hay que decirlo con claridad: nadie puede quitarnos la dignidad si no se la entregamos. El respeto no lo da un cargo, lo da la conducta. Y quien no honra su responsabilidad, no merece obediencia ciega ni silencio cómplice.

Por eso este mensaje no es solo para señalar a los funcionarios, sino para mirarnos como sociedad. Para preguntarnos qué estamos enseñando en casa. Si estamos formando niños y jóvenes que aprendan a obedecer sin cuestionar, o personas capaces de pensar, de exigir y de defender su valor.

Valórese. Quiérase. No se venda.
Porque cuando alguien se vende, no solo se pierde a sí mismo, se pierde también el futuro de sus hijos.

México no necesita más discursos. Necesita ciudadanos con carácter, con valores sólidos, con la fuerza de decir “no” cuando algo es injusto. Y esa fortaleza se aprende primero en el hogar.

Aproveche esta Navidad para reunirse en familia, para hablar de lo que duele, para sanar, para abrazarse. Para recordar que la dignidad también se hereda.

Porque cuando una familia se fortalece, la sociedad deja de ser tan fácil de manipular.
Y solo así, desde lo humano y lo consciente, puede empezar el verdadero cambio.